El cursor parecía estar burlándose de mí. Una raya negra, parpadeante, que esperaba impacientemente a que comenzase a escribir.
"-¿No vas a empezar nunca?"-parecía estar diciéndome-"¿Es que no eres capaz de tener ninguna idea?"
¿Por qué no se me ocurría ninguna idea? Me planteé el rendirme y hacer otra cosa pero recordé que había leído en alguna parte que tenía que dejar que "las musas me pillasen trabajando", o algo así. No lo recordaba muy bien peo la idea era que tenía que intentar que me viniese la inspiración escribiendo, cosa que no parecía funcionar.
Miré a mi alrededor buscando algo que me inspirase. Nada. No sé que e inspiró menos, la mesa, el armario o la silla. Ninguna de las cosas de la habitación me dio ninguna idea.
Me pregunté donde estaban todas esas historias que solían estar en mi mente todo el rato, si existía algún rincón de mi cerebro en el que se escondían para que no pudiese escribirlas.
De repente, una idea apareció en mi mente. El cursor se comenzó a desplazar mientras letras aparecían en la pantalla. Una línea. La releí. La borré, y la volví a escribir de forma distinta. Tampoco. Volví a borrarla. Escribí una palabra para volver a intentar empezar y otra idea apareció en mi mente, Y otra más.
Lancé un suspiro de pura frustración. ¿Y ahora cuál escribía? Borré la palabra que había logrado escribir. Volvía a estar como al principio, o incluso peor, porque ahora tenía demasiadas ideas.
¿Las escribía todas?¿Y con cuál empezaba? Suspiré otra vez, todavía me quedaba un buen rato de indecisión.
Imaginando historias
miércoles, 14 de marzo de 2012
miércoles, 7 de marzo de 2012
El frío
El frío era insoportable. Mi aliento creaba una nube de vaho. Mis manos estaban refugiadas en mis bolsillos en un intento de conseguir algo de calor. Maldije mi idea de ir a clase andando por la mañana.
El silencio era casi absoluto, solo roto por el ruido de mis pisadas y el sonido de algún coche solitario. No había casi nadie en las calles, era demasiado temprano. De vez en cuando me cruzaba a una persona y me preguntaba cual era su razón para madrugar. Se les veía en la cara que no era por gusto. Parecían demasiado tristes, apagados, como si el frío de la mañana les hubiese quitado los ánimos.
Tal vez esa era la razón de su mala cara, simplemente el frío, o tal vez tenían alguna razón más profunda. Cada vez que una de esas serias miradas se encontraba con la mía, le dedicaba una sonrisa intentando alegrar un poco su día. Pero eran pocos los que me devolvían la sonrisa.
Me paré en un semáforo y el frío pareció aprovechar que me había quedado quieta para atacarme con más fuerza, recé para que se pusiese en verde pronto y poder reanudar mi camino, pero el hombrecillo rojo no quería desaparecer.
Pulsé un paz de veces el botón que se suponía que haría que el semáforo cambiase, sin éxito. Un par de coches pasaban por encima del paso de peatones sin ninguna intención de cederme amablemente el paso. Un rato después, pude cruzar y seguí caminando.
Eché de menos es autobús. Me quejaba siempre de ir apretada en un espacio claramente diseñado para muchas menos personas, pero en ese momento añoraba el calor de ese vehículo.
Quedaba poco para que llegase a mi destino. Me prometí a mi misma que al día siguiente no iría andando, aún a sabiendas de que iba a seguir haciéndolo porque me gustaba esa sensación de libertad que me daba caminar. Una sensación que superaba con creces el frío.
El silencio era casi absoluto, solo roto por el ruido de mis pisadas y el sonido de algún coche solitario. No había casi nadie en las calles, era demasiado temprano. De vez en cuando me cruzaba a una persona y me preguntaba cual era su razón para madrugar. Se les veía en la cara que no era por gusto. Parecían demasiado tristes, apagados, como si el frío de la mañana les hubiese quitado los ánimos.
Tal vez esa era la razón de su mala cara, simplemente el frío, o tal vez tenían alguna razón más profunda. Cada vez que una de esas serias miradas se encontraba con la mía, le dedicaba una sonrisa intentando alegrar un poco su día. Pero eran pocos los que me devolvían la sonrisa.
Me paré en un semáforo y el frío pareció aprovechar que me había quedado quieta para atacarme con más fuerza, recé para que se pusiese en verde pronto y poder reanudar mi camino, pero el hombrecillo rojo no quería desaparecer.
Pulsé un paz de veces el botón que se suponía que haría que el semáforo cambiase, sin éxito. Un par de coches pasaban por encima del paso de peatones sin ninguna intención de cederme amablemente el paso. Un rato después, pude cruzar y seguí caminando.
Eché de menos es autobús. Me quejaba siempre de ir apretada en un espacio claramente diseñado para muchas menos personas, pero en ese momento añoraba el calor de ese vehículo.
Quedaba poco para que llegase a mi destino. Me prometí a mi misma que al día siguiente no iría andando, aún a sabiendas de que iba a seguir haciéndolo porque me gustaba esa sensación de libertad que me daba caminar. Una sensación que superaba con creces el frío.
miércoles, 15 de febrero de 2012
Monstruos
Empecé a correr rezando para que no me alcanzasen. Una parte de mí sabía que no lo iba a conseguir, que mis piernas eran demasiado lentas como para dejarles atrás, pero el instinto de supervivencia me hacía intentarlo. Porque si no lo intentaba, iba a morir.
Desde que había empezado aquello, mi vida había sido una huida constante pero nunca había visto a tantos juntos. Eran monstruos. Criaturas demasiado horribles como para intentar describirlas y ahora iban a matarme.
Habían aparecido un día, sin que nadie supiese de dónde habían venido ni porque, matando a todo ser viviente con el que se cruzaban. Cada día morían miles de personas y los supervivientes solo podíamos escondernos y desear que no fuésemos los siguientes.
Al principio no estaba sola, mi familia me había acompañado pero un día una de esas criaturas nos encontró y fui la única que consiguió huir. Uno solo de ellos pudo con toda mi familia y ahora había tres persiguiéndome.
Sabía por experiencia que eran muy rápidos, bastante más que yo, pero no podía parar y dejarme matar. El miedo a la muerte me daba fuerzas y me hacía correr más rápido, aunque sabía que era en vano.
El bosque se extendía a mi alrededor, un bosque precioso que normalmente me hubiese encantado por tener tantas especies de árboles y de flores, me parecía siniestro y amenazante. Sentía el aliento de mis perseguidores en la nuca, demasiado cerca para mi gusto.
Se me enredó un pie en una raíz del suelo y caí al suelo con estrépito. No tardarían en alcanzarme. Me quedaba el consuelo de haberlo intentado, pero no lo había conseguido. Sólo me dio tiempo a pensar en mi familia y en que pronto los vería otra vez.
lunes, 13 de febrero de 2012
La Nada
Perdí la cuenta del tiempo que llevaba allí. Podían haber sido días, meses o años. O incluso podían haber sido solo unos minutos. No había forma de saberlo en un sitio en el que no había nada, excepto una blancura que se extendía por todas partes y no parecía tener fin.
Llamaba a ese sitio la Nada, porque no se me había ocurrido un nombre mejor. Aburrimiento también hubiese sido un buen nombre, porque eso era lo que sentía. Al no poder moverme, no podía hacer mucho más que no fuese pensar e intentar recordar mi vida, esa vida tan llena de colores, de sentimientos y de tantas otras cosas que empezaba a olvidar.
Hubiese dado cualquier cosa por saber si esa vida había sido real, que no era un simple desvarío de mi mente enloquecida por el aburrimiento. Repasaba mis recuerdos una y otra vez intentando descubrir una prueba de que eran de verdad pero cuando me sumergía de lleno en ellos buscando esa prueba, menos claros se volvían.
Una clase de historia aparentemente aburrida, se desdibujaba y se transformaba en una lucha con dragones y duendes. Todo se volvía extraño, mezclando ficción con realidad, si es que algo de eso había sido real.
Me preguntaba si estaba muerta. Tal vez eso era el Cielo. O el Infierno. Tal vez había cometido un crimen tan grave que mi castigo era una eternidad de soledad y aburrimiento. ¿Qué delito podía ser tan horrible como para ser castigado con aquello? No podía saberlo, desconocía por completo cómo había llegado a aquel lugar.
Luchaba por respirar, hablar o hacer cualquier cosa con mi cuerpo que no fuese estar completamente inmóvil, pero sin éxito. Mis músculos habían perdido totalmente su capacidad de movimiento y mis pulmones no parecían querer llenarse de oxígeno. Y sin embargo no me ahogaba. Tampoco sentía sed o hambre, y estaba casi segura de que mi corazón no latía.
"Debo de estar muerta"
¿Era eso lo que le esperaba a todo el mundo después de la muerte?¿Era el paraíso soñado por tanta gente que creía en la inmortalidad del alma? Pues, para decirlo sinceramente, menuda decepción.
Imaginando historias
Hola a todos ^^
Intentaré escribir lo mejor posible y os agradecería que me ayudaseis a mejorar diciéndome los fallos que tenga (pero sin pasarse de bordes, por favor). También me podéis dar ideas si queréis, agradeceré cualquier tipo de colaboración.
Bueno, pues ya está todo dicho, espero que os guste lo que escriba y me deis vuestra opinión.
Un saludo,
María
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