miércoles, 14 de marzo de 2012

La inspiración

El cursor parecía estar burlándose de mí. Una raya negra, parpadeante, que esperaba impacientemente a que comenzase a escribir.

"-¿No vas a empezar nunca?"-parecía estar diciéndome-"¿Es que no eres capaz de tener ninguna idea?"

¿Por qué no se me ocurría ninguna idea? Me planteé el rendirme y hacer otra cosa pero recordé que había leído en alguna parte que tenía que dejar que "las musas me pillasen trabajando", o algo así. No lo recordaba muy bien peo la idea era que tenía que intentar que me viniese la inspiración escribiendo, cosa que no parecía funcionar.

Miré a mi alrededor buscando algo que me inspirase. Nada. No sé que e inspiró menos, la mesa, el armario o la silla. Ninguna de las cosas de la habitación me dio ninguna idea.

Me pregunté donde estaban todas esas historias que solían estar en mi mente todo el rato, si existía algún rincón de mi cerebro en el que se escondían para que no pudiese escribirlas.

De repente, una idea apareció en mi mente. El cursor se comenzó a desplazar mientras letras aparecían en la pantalla. Una línea. La releí. La borré, y la volví a escribir de forma distinta. Tampoco. Volví a borrarla. Escribí una palabra para volver a intentar empezar y otra idea apareció en mi mente, Y otra más.

Lancé un suspiro de pura frustración. ¿Y ahora cuál escribía? Borré la palabra que había logrado escribir. Volvía a estar como al principio, o incluso peor, porque ahora tenía demasiadas ideas.

¿Las escribía todas?¿Y con cuál empezaba? Suspiré otra vez, todavía me quedaba un buen rato de indecisión.

miércoles, 7 de marzo de 2012

El frío

El frío era insoportable. Mi aliento creaba una nube de vaho. Mis manos estaban refugiadas en mis bolsillos en un intento de conseguir algo de calor. Maldije mi idea de ir a clase andando por la mañana.

El silencio era casi absoluto, solo roto por el ruido de mis pisadas y el sonido de algún coche solitario. No había casi nadie en las calles, era demasiado temprano. De vez en cuando me cruzaba a una persona y me preguntaba cual era su razón para madrugar. Se les veía en la cara que no era por gusto. Parecían demasiado tristes, apagados, como si el frío de la mañana les hubiese quitado los ánimos.

Tal vez esa era la razón de su mala cara, simplemente el frío, o tal vez tenían alguna razón más profunda. Cada vez que una de esas serias miradas se encontraba con la mía, le dedicaba una sonrisa intentando alegrar un poco su día. Pero eran pocos los que me devolvían la sonrisa.

Me paré en un semáforo y el frío pareció aprovechar que me había quedado quieta para atacarme con más fuerza, recé para que se pusiese en verde pronto y poder reanudar mi camino, pero el hombrecillo rojo no quería desaparecer.

Pulsé un paz de veces el botón que se suponía que haría que el semáforo cambiase, sin éxito. Un par de coches pasaban por encima del paso de peatones sin ninguna intención de cederme amablemente el paso. Un rato después, pude cruzar y seguí caminando.

Eché de menos es autobús. Me quejaba siempre de ir apretada en un espacio claramente diseñado para muchas menos personas, pero en ese momento añoraba el calor de ese vehículo.

Quedaba poco para que llegase a mi destino. Me prometí a mi misma que al día siguiente no iría andando, aún a sabiendas de que iba a seguir haciéndolo porque me gustaba esa sensación de libertad que me daba caminar. Una sensación que superaba con creces el frío.